viernes, 24 de octubre de 2008

OFRENDAS MISIONERAS por Oswald Smith



Un problema, que derivó en una solución para muchos.

“No puede usted llevar nada consigo a la eternidad, pero sí puede enviarlo anticipadamente. Depositad vuestro tesoro en el cielo, en forma de ofrendas Misioneras.” Oswald Smith

Cuando entramos a las obra misionera surgen numerosos desafíos y entre los más destacados están los financieros.
Los podemos ver como gigantes que intentan paralizarnos o como oportunidades donde veremos la mano sobrenatural de Dios obrar.
De esto trata la siguiente historia recopilada de uno de los libros que han inspirado por años la obra misionera. En ella, el autor, Oswald J. Smith cuenta acerca de una agencia que disponía de cinco jóvenes que fueron llamados a la obra misionera y se habían preparado adecuadamente. Su mayor deseo era ir a los campos blancos en el extranjero, pero no podían hacerlo porque no tenían todavía el apoyo económico necesario.
Oswald menciona en que se ofreció a la agencia para intentar reunir el dinero necesario para que estos jóvenes misioneros pudieran partir a los campos donde Dios los había llamado. Para lograr este objetivo organizó una conferencia misionera en su iglesia, y aparte de hablar y predicar sobre misiones durante varios días, hizo sentar a estos candidatos en la plataforma y desafió a la congregación a ofrendar para poder sostener financieramente a estos obreros. La iglesia respondió al desafío y en esa primera conferencia se presentaron “Promesas de Fe” que mensualmente cubrieron el sostén que los cinco necesitaban.
En años siguientes aumentó el desafío a sostener diez misioneros, y también lo logró. Luego el número creció a veinte. Más adelante a cincuenta, luego a cien, doscientos, y más. Hasta hace poco esa iglesia informaba que estaba sosteniendo en su totalidad o en parte, a más de quinientos quince misioneros en sesenta y siete países, cooperando con más de treinta y cinco agencias misioneras. El lector tal vez pensará: ¡Qué fantástico! ¿Cómo lo hizo? Creo que podemos explicar cómo lo consiguió, pero antes es importante narrar esta experiencia.


Una experiencia transformadora.
El pastor a quien hemos aludido, el Dr. Oswald Smith de la Iglesia de los Pueblos, Toronto (Canadá), no nació sabiendo como ofrendar. Él mismo nos cuenta cómo se produjo el gran cambio en su vida y ministerio.
“Nunca olvidaré la manera como Dios me enseñó a dar para la obra misionera. Era el primer domingo del año, y recién me había hecho cargo de una iglesia que sabía como dar de una forma que yo nunca había conocido. Comencé este pastorado cuando en ella estaban celebrando una Conferencia Misionera Anual. Personalmente, no sabía nada de este tipo de conferencias. Nunca había visto ni estado en una de ellas en toda mi vida. Mientras estaba sentado en la plataforma, esperando el momento de predicar, vi que los ujieres iban de un lado a otro repartiendo tarjetas. Uno de ellos tuvo la audacia de subir a la plataforma y entregarme una. La miré y leí en ella: «Confiando en Dios, me esforzaré en dar para la obra misionera de mi iglesia, la suma de $... durante el corriente año». Nunca en mi vida había leído tal declaración.
Comencé a orar: -Señor, yo no puedo dar nada. Tú sabes que no tengo nada. No tengo ni un peso en el banco, ni un centavo en mi bolsillo. La iglesia me paga sólo veinticinco dólares por semana, tengo que mantener a mi esposa y a mi hijo. Estamos tratando de comprar una casa. El precio de todo está por las nubes. Al terminar la semana me quedo sin nada... Todo esto era verdad [...] Estábamos viviendo en el tiempo de la Primera Guerra Mundial.
-Yo lo sé - el Señor parecía decirme- sé que sólo ganas veinticinco dólares por semana, que no tienes nada en el banco, que tienes una familia que mantener, que no te sobra un peso al fin de semana.

-Bueno -pensé un poco aliviado- esto da por terminado el asunto. No tengo nada. Por lo tanto, no puedo dar nada. Pero fue en ese momento que el Señor habló a mi corazón: -Yo no te estoy pidiendo lo que tienes ahora -me dijo.
-¿No me estás pidiendo lo que tengo ahora? Entonces, ¿qué es lo que me estás pidiendo?-repliqué.
-Yo te estoy pidiendo una promesa de fe. En otras palabras: ¿hasta qué cantidad puedes confiar en mí para que yo te dé para ofrendar para la obra misionera?
-Oh, Señor -exclamé- ¿esto es diferente! ¿Hasta cuántos dólares puedo confiar en ti, que tú me darás si yo prometo ofrendarlo?
Por supuesto, yo no sabía nada sobre lo que significaba una promesa de fe, pero sabía que el Señor me estaba hablando. Pensaba que podría prometer dar cinco dólares por año, o tal vez diez. Una vez en una iglesia había dado cinco, otra vez había dado tres, en otra dos. Nunca había dado más que cinco. Temblaba mientras oraba y esperaba la respuesta.
-Señor, ¿cuánto puedo dar?
De repente vino la respuesta. No les voy a pedir que crean que Dios me hablo en una voz audible, pero bien podría haberlo hecho porque la sensación que recibí fue tan fuerte como si Él me hubiera hablado a viva voz cuando con los ojos cerrados, casi sin darme cuenta que estaba delante de la congregación, escuchaba la voz de Dios.
-¿Cuánto debo dar? - preguntaba. -¡Cincuenta dólares! -escuché.
-¿Cincuenta dólares? -exclamé-. ¿Por qué Señor? ¡No puede ser! ¡Esta suma equivale a dos semanas de sueldo! ¿Cómo podré yo conseguir cincuenta dólares? Pero una y otra vez el Señor seguía insistiendo con la misma cantidad. Y como ya dije, esto para mí era tan claro como si me lo hubiera dicho al oído. Mi mano temblaba cuando firmaba la tarjeta, escribía mi nombre y dirección y la cantidad: ¡cincuenta dólares! Cómo hice para ofrendar esa cantidad, hasta el día de hoy no lo sé. Lo que sí sé es que cada mes oraba por aquellos cuatro dólares y monedas, y cada mes de una u otra forma el Señor me los envió, y que al fin del año había dado los cincuenta dólares prometidos.

Cómo desearía poder transmitirles el gozo que sentí mes tras mes al orar por la cantidad prometida. ¡Recibí la bendición más grande de mi vida! Yo había confiado en Dios por cierta cantidad, y Él me la había suplido. Tan grande fue la bendición que al año siguiente en la Conferencia Misionera dupliqué la cantidad y prometí dar cien dólares. Al otro año la dupliqué otra vez y di doscientos. Al año siguiente otra vez prometí el doble: cuatrocientos. Al otro año ochocientos, y así por más de treinta años he enviado miles de dólares al banco del cielo.
Si yo hubiera esperado hasta haber tenido dinero nunca habría dado porque nunca lo habría recibido. Pero prometí dar cuando no tenía. Hice una promesa de fe. Creí que Dios quería que diera cincuenta dólares a través de un año, y prometí darlos.
Dios honró la promesa y me dio lo necesario para cumplirla.”
Concluye diciendo el Dr. Smith: “Poner en la ofrenda lo que usted tiene no requiere ninguna fe. Si tiene diez dólares en el bolsillo, todo lo que tiene que hacer es ordenarle a la mano que vaya al bolsillo, que tome los diez dólares y los ponga en la ofrenda. Para hacer eso no necesita orar, ni necesita pedirle nada a Dios. No tiene que confiar en Él por ninguna suma.
Solamente tiene que tomar esa cantidad y darla. «Pero con una Promesa de Fe el proceder es diferente. Es necesario pedirle a Dios que nos muestre lo que quisiera que demos, y luego prometer esa suma por fe, y confiar en El para que la provea. No hay aventura más emocionante ni maravillosa que esta. ¡Hágalo usted y lo comprobará! ¡Hágalo hoy mismo!”

¿Podemos ofrendar de esta manera?
Creo que este relato ilustra como pocos lo que significa hacer una Promesa de Fe, y cuáles son los positivos resultados que produce. Por muchos años, muchas iglesias han practicado este método, y hemos comprobado su efectividad. Tenemos testimonios de muchas iglesias de todas las denominaciones que no sólo han sido bendecidas y enriquecidas por esta práctica. Muchas han visto su visión, avance y proyección misionera totalmente revolucionada por el uso de este sistema de ofrendar.
Vivimos tiempos de cambios donde la mano de Dios se esta moviendo aceleradamente y nuevas estrategias y modelos se implementarán. Este relato a modo de ejemplo nos puede inspirar a creer cosas grandes para Dios y hacer cosas grandes para cumplir con Su misión.
Recopilado: Revista Moody y Libro Conciencia Misionera.
Tomado de http://hispanos.imb.org